Zuleika, la madre de Marcos, se ha dado cuenta de la tristeza del menor de sus tres hijos durante la cena; luego de varias evasivas el joven es casi obligado por ella a contarle el motivo de su desanimo. Enérgica se le acerca y mirándole a los ojos le dice: “Vas a lograr hacer todo lo que quieras en la vida siempre que estudies, trabajes, seas persistente y hagas más de lo que esperan de ti. ¡Nunca desistas y lucha por tus sueños!”.
Más de 30 años después, en el vestíbulo de un hotel en Santa Cruz de la Sierra, Marcos Pontes, con el pelo encanecido y a sus 50, todavía se emociona al contar esa anécdota y confiesa que esos preceptos fueron los que han guiado su vida y los que le ayudaron, primero a llegar a ser piloto de aviones y tiempo después a hacer historia al convertirse en el primer astronauta sudamericano en viajar al espacio y el primer latinoamericano en estar en una estación orbital.
Invitado por el Colegio Militar de Aviacion (Colmilav) y por la Unidad de Posgrado de la Universidad Gabriel René Moreno, el astronauta brasileño estuvo en la capital cruceña un par de semanas atrás y dio dos conferencias en las que contó detalles de su experiencia en el espacio, de cómo después de su viaje decidió dedicarse a la docencia y por qué cree que contando sus vivencias puede animar a niños y jóvenes a que no desistan y persigan sus sueños hasta conseguirlos.
El niño que anhelaba volar
Marcos Pontes nació el 11 de marzo de 1963 en la ciudad de Bauru. Es el tercer hijo de Virgilio Pontes, un empleado de servicio del Instituto Brasilero del Café y de Zuleika Navarro, una funcionaria de la Red Ferroviaria Federal.
Los escasos recursos de su familia no le permitieron tener una niñez con comodidades, pero sus padres siempre le incentivaron el apego a los estudios. Buen alumno en matemáticas y física, pero con dificultades en lengua portuguesa y química. Era un chico normal, pero algo que siempre lo caracterizó fue su afán por crear cosas nuevas. Desarmaba electrodomésticos y radios en desuso para utilizar sus piezas en algún invento.
Su hermano mayor, Luis, era un aficionado a la aviación. Le hubiese gustado ser piloto, pero la familia no tenía el dinero para costearle un curso. Sin embargo, transmitió su entusiasmo a Marcos al que llevaba con frecuencia al aeroclub de la ciudad.
Cuando llegó su adolescencia el menor de los Pontes decidió trabajar para ayudar a su familia, pero ya estaba convencido de que quería volar aviones y por consejo de amigos del aeroclub decidió postularse al riguroso examen de ingreso a la academia de la Fuerza Aérea Brasileña (FAB). Hacer una carrera militar era la única salida para un niño pobre si quería ser piloto. Todos los días salía de su casa a las 6:30 junto a su padre para ir a trabajar y regresaba a las 23:00, luego de sus clases. Poco tiempo le quedaba para preparar su examen, pero contó con el apoyo de algunos de sus profesores y cada vez que podía se escapaba para meterse a uno de los vagones o locomotoras que estaban en reparación para estudiar.
Finalmente, aprobó el examen y obtuvo la segunda mejor calificación de todo el país. En la academia se dio cuenta de que se le presentaban nuevos desafíos tanto a nivel de estudios como en responsabilidades. Allí también conoció a dos bolivianos que hacían sus prácticas aeronáuticas.
Un nuevo desafío para su carrera
Su carrera como aviador fue ascendente, primero como miembro de un escuadrón de aviones de combate y luego como líder. “El ser parte de un escuadrón de aviones de combate es de una gran responsabilidad, ya que la vida de cada uno de sus miembros depende de la performance del otro. Es sin duda una experiencia enriquecedora de trabajo en equipo”, explica Marcos, que luego incursionaría en el área de seguridad de vuelos.
Para entonces todo era tranquilo en su vida. Se había casado, tenía un hijo y además de líder de su grupo era instructor de vuelos. Pero nuevamente quiso darle un giro a su carrera y decidió estudiar ingeniería aeronáutica, algo que para entonces era poco usual. “Fui muy criticado por amigos y por otras personas que no veían bien que un piloto de combate se haga ingeniero, pero dentro de mí tenía todavía muchas ansias por aprender y sentía que tenía que hacer muchas cosas más. Gracias al éxito de mi carrera hoy en la FAB hay muchos pilotos que hacen las dos cosas. Creo que mi iniciativa tuvo un efecto positivo”, comenta Marcos entre sonrisas de satisfacción.
De forma paralela se hizo piloto de pruebas y gracias a eso fue enviado a Estados Unidos para que aprendiera a volar aviones F15 y F16. Al regresar a Brasil tuvo que emprender otro viaje, esta vez a Rusia, donde a mediados de los años 90 aprendió a volar los poderosos Mig 29.
A su retorno accedió a un doctorado para la escuela de la marina estadounidense en Monterrey, California “En esa época trabajaba en sistema de defensa de navíos estadounidenses que servían para los brasileños y que son sistemas integrados de barridos infrarrojos integrado a los sistemas de armamentos con un sistema de lentes con el que se consigue detectar los misiles a baja altura”, explica Marcos, que se trasladó hasta allá con sus dos hijos y su esposa.
Estaba realizando ese curso cuando su hermano le envió un recorte de prensa de la convocatoria pública para seleccionar al primer astronauta brasileño como parte del programa de la Estación Espacial Internacional (ISS) en el que Brasil participaba a través de la NASA.
Marcos vio otro desafío que quería alcanzar y se postuló para el puesto. Tampoco le fue fácil, porque fue en principio vetado, pero luego de resuelto el problema se sometió a las pruebas y a finales de los años 90 fue elegido para formarse como astronauta, lo que implicaba abandonar su carrera militar, ya que es una carrera civil.
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